Pin It

 

Ya que Lacan murió...[1]

 

 

Jacques Lacan murió en septiembre, como Freud y Melanie Klein. ¿Será que los grandes psicoanalistas son más frágiles en ese mes, después de luchar con las brujas de agosto?

Hace exactos diez años* Jacques Lacan murió. El no fue un discípulo de Freud como los otros –incluso diríamos, fue contra los otros. En su retorno a Freud, a la virulencia del descubrimiento psicoanalítico, destacó los impases entre el hombre y la civilización, entre el deseo y las satisfacciones posibles, entre la palabra que se quiere y la que se tiene. No dio respuesta acomodativa a esos impasses como sus predecesores, sino más bien se arremangó, encaró los problemas y, en un decidido vamos para allá, demostró que el conflicto entre el hombre y la cultura no es un tropiezo en el camino, sino de su naturaleza. Y eso no es malo, o mejor, no debe ser malo para aquellos que toleran en la receta de la vida una pizca de incertidumbre que cambia el gusto de las ensaladas de garantía.

“Decidirse en la incertidumbre” puede ser un buen lema para una bandera psicoanalítica.

Lacan, como nadie, supo ser abanderado del inconsciente. Sin caballos, sin botas, sin gabardina de cuero, incluso sin tropa, tuvo como arma su inquietud, que llamó ética del deseo, y como instrumentos, su silencio detrás del diván y su palabra ante un gran público.

Un  hombre contemporáneo: para probar lo arbitrario de la lengua, partió de la Lingüística. Para probar que el inconsciente piensa, usó Matemáticas y Lógica. Para probar que heredamos, además de genes, también gustos, maneras y tradiciones, recorrió la Antropología y, para el gran debate sobre el hombre y el mundo, tuvo largas conversaciones con Kant, Hegel, Heidegger, sin olvidar a los antiguos. Luces y más luces en el Psicoanálisis.

Si el Psicoanálisis es ciencia, todavía se discute, pero con Lacan, ciertamente no es ciencia oculta. Él tuvo la osadía de derribar dos resistentes barricadas de las cartillas psicoanalíticas: sus seminarios eran abiertos, su práctica clínica desritualizada. Demostró que la famosa transferencia –las emociones desplazadas que el analizando siente por su analista – no se extinguía al ver el paciente a su analista en público, trabajando, pensando, emitiendo opiniones, con rabia, con cariño. Rompiendo los rituales públicos y privados colocó en la mano de los psicoanalistas la responsabilidad de dirigir un análisis en este mundo, y no en el mundo perfumado y aséptico del británico setting. Él puso el análisis en pie, atento a las diferencias y no a las igualdades. Extendió las fronteras de la clínica, pudo escuchar donde las normas ensordecían, casos rebeldes pasaron a ser casos tratados.

También innovó en la formación de los analistas. ¿Quién es analista? La regla que mide al ingeniero, al médico, al abogado y compañía, no sirve para el analista, como también no es válido el tercio de la fe que califica a los religiosos. El analista se mide en la prueba que ofrece de ser capaz de llevar el saber a su límite, a lo imposible; el amor a la diferencia radical; de impedir que la norma pulverice los detalles del deseo. Él debe hacer todo eso sin quedar al margen, sin gozar de la marginalidad (en el doble sentido). Ni la Academia, ni la Iglesia sirven al psicoanalista. Su institución es la praxis cotidiana que se mide sólo por su eficacia transformadora, de uno a uno. Toca a las escuelas psicoanalíticas saber reconocer, transmitir y garantizar esas experiencias de lo singular.

Marshall McLunha, el gran teórico de las comunicaciones, definió que “el medio es el mensaje”- más importante que lo que tenemos que decir pasó a ser el vehículo utilizado. Hablar en la radio como la radio quiere, aparecer en la televisión como la televisión quiere, escribir en el periódico como el periódico quiere. Lacan resolvió seguir la lección al pié de la letra y, al hacerlo, mostró el absurdo que se esconde en toda orden unida. Solapó el medio en su propio mensaje. Fue a la Televisión y llamó a su programa de Televisión, fue a la radio y publicó la entrevista bajo el nombre de Radiofonía, escribió un gran libro y lo intituló simplemente, Escritos. Sus 26 seminarios, uno para cada año de su enseñanza, se llaman Seminarios. Sofocado por la armadura masificante de los medios, supo detectar los respiros de la creatividad. El medio aún no es todo el mensaje, los actores son fundamentales. Por eso se conmemoran los diez años de la muerte de Jacques Lacan, él es fundamental.

El Psicoanálisis no sobrevivirá sin los grandes analistas. Esa afirmación puede chocar al hombre de ciencia que pretende que la formula prescinda del autor. Puede falsamente alegrar al intuitivo que quiere hacer de su pasión una verdad universal. No, ni una cosa ni la otra.

Será analista, quien sepa equilibrarse en la ética del deseo. Si cae para un lado, hará desaparecer al sujeto en el discurso de la ciencia, si cae para el otro lado hará su enaltecimiento místico. Ahí está una difícil virtud: equilibrarse en ese medio.

Ya que Lacan murió, para ser Otro, por fin, como  una vez comentó, queda a los analistas hacer de esa memoria una historia diferente y demostrar el lugar del Psicoanálisis en este nuestro mundo. Hay mucho que hacer.  Estemos atentos y que haya talento y decisión.

Jorge Forbes, psicoanalista

 



[1] Traducción por Camilo E. Ramírez con autorización del autor.
* Artículo publicado originalmente en portugués en el periódico O Estado de São Paulo “Já que Lacan morreu” el 24 de septiembre de 1991, p.2.