Los niños y la violencia

 

por

Camilo E. Ramírez

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“Lo que no comprendían era que bajo

el ropaje de esta violencia subjetiva irracional

estaban recibiendo en forma  invertida el mismo

mensaje que ellos habían enviado”

Slavoj Zizek 

 

Las violencias entre niños y jóvenes no sólo son la manifestación de las tensiones entre pares, sino expresión del contexto social y familiar en el que viven.

De lo social a lo familiar, pasando por lo institucional, la escuela –posteriormente será el  lugar de trabajo- se van tejiendo las formas elementales de relación, entre las cuales podemos encontrar, la violencia, como una forma activa de relacionarse con los demás, que va más allá de la defensa y ataque, constituyendo, modelos que realizan una verdadera apología del crimen. El control y reducción del otro, mediante el amedrentamiento y la extorsión, incluso el asesinato, son vínculos que los niños y adolescentes reproducen, precisamente porque dichos lazos sociales se encuentran ya bien localizados en la esfera social, de la familia, el trabajo y la escuela, así como en el panorama político. Y en cierta medida – podríamos decir- han aprendido bien de dicha “escuela de vida”: la violencia como una forma de relación con el otro. Enseñar a los jóvenes a manejar, por ejemplo, no solo implica la adquisición de las habilidades técnicas para la buena conducción, sino la identificación con una cierta cultura vial. Lo mismo con la violencia, las agresiones y el asesinato, van formando formas de relación de una colectividad más amplia, ya no exclusiva de unos grupos bien identificados. Pues en cierta medida- la muerte y el crimen- por irónico y trágico que parezca, también se democratizan, es decir, lamentablemente llegan a más personas.

La cultura del narco, por ejemplo, es para muchos niños y jóvenes, una posibilidad de, por un lado, acumular rápidamente dinero y poder, objetos que seducen a más de uno. Mediante los cuales se plantean la posibilidad de sobrevivir en un contexto social –lo sepan o no- en donde ellos mismos han sido reducidos a simple cifra y organismo a controlar, permitiéndoles, el crimen, desafectarse de dichos efectos estructurales violentos. En ese sentido, podríamos plantear, que cierta violencia que ejercen niños y jóvenes es una forma activa de expresar aquella violencia estructural (desamparo social) que ellos mismos han recibido y padecido. Además de usar la muerte –narco-estado style- como una forma de dirimir sus conflictos, con la lógica de “Si yo veo que el Estado y el narco-estado, resuelven sus problemas asesinando, extorsionando y desapareciendo, cuando yo tenga problemas en la escuela, con la familia o de amores, haré lo mismo”

La violencia parte de las tensiones de con-vivir con el otro, ese otro que puede ser mi amigo y/o mi enemigo, aquel que me es necesario, pues me cuida y me ama, pero también puede odiarme, y ser la causa de mi aniquilación, de mi exclusión social (“Este pueblo es demasiado pequeño para los dos” – le decía un vaquero a otro) y por eso mismo debe de pagar las consecuencias, desaparecer o morir, ser objeto de mi venganza. Situación que obvia cualquier marco legal que regule las relaciones entre sujetos, y más cuando dicho marco legal sufre de poca, por  no decir nula, credibilidad, debido a la corrupción y demás crímenes que quedan en la impunidad. Dando la sensación de angustia y desamparo de “sálvese quien pueda”, “El que no tranza no avanza”, “Chinguen lo que puedan mientras dura el sexenio y/o el puesto” mensajes que directamente se clavan en las formas de relación de niños y jóvenes, reproduciéndose en cada vínculo que establecen: “Quería darle su merecido, por eso le hablé a mi amigo para matarla” –narra en su declaración un joven de 17 años quien junto a otro de 16, violaron y mataron a una muchacha de 13, en Aguascalientes, México, al parecer por conflictos que uno de ellos había tenido con la mamá de la muchacha fallecida. Caso que bien podría ser la estructura básica del ajuste de cuentas que ejerce el Estado y el narco-estado: “Ya ayer acabé de darle un pinche coscorrón a esa viaja cabrona”- le dijo Mario Marín, ex gobernador de Puebla, a su amigo Kamel, quien para él, aquel era un héroe, sobre las agresiones ordenadas contra la periodista Lydia Cacho.