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Del insulto y del halago 

 


Camilo E. Ramírez 
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El insulto, como el halago, poseen la misma estructura: son dirigidos a la imagen ideal de sí mismo, el cuerpo es tocado por esas palabras de manera especial y son sumamente moralistas; sea haciendo aparecer la noción de un defecto o falta que no debería estar ahí o exaltando una virtud; se juega en ellos una dupla reconocimiento/no reconocimiento, ser/no ser. Aceptar una cosa u otra implica quedar capturado (identificado) a una imagen moral-exterior a sí mismo: “Tú eres/debes ser eso” que se replica en “Yo debo/ser eso”.
 
Recibir una palabra de alguien es de alguna forma recibir un bautizo (etiqueta) experiencia que en algunas personas puede producir enojo, angustia, así como tranquilidad -momentánea- si lo que se recibe gusta/no gusta de sí.
 
Insulto, insultar, “saltar arriba de alguien” funciona como recibir/dar un nuevo-nombre, desafectarse de ello es posible gracias a la operación de desautorizar -eso no quiere decir necesariamente que uno vaya por la vida rechazando elogios o indultos, pues al hacerlo se corre el riesgo de habitar en sus laberintos , sentir que no se es nada- cualquier forma de elogio o insulto como definición total de sí mismo, sino como detalle que puede ser investigado a través... ¿De qué manera me toca el cuerpo lo que oí? ¿Qué recibo del otro/qué escucho de yotro (el yo siempre es otro) cuando alguien dice algo (un insulto, un halago) donde siento que me voy a identificar? ¿Cuál es ese propio mensaje que recibo como viniendo del otro?