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El poder generativo del trauma*

 

 

Camilo E. Ramírez

 

 

El psicoanálisis se dirige para que la persona esté lista

para todas las circunstancias 

Jorge Forbes

 

 

 

Un trauma acontece cuando se rompe súbitamente la continuidad de la existencia en algún punto espacio temporal, poniendo en jaque los referentes que dan consistencia al estilo de vida, la identidad de una persona, de un grupo, de una familia, de toda una sociedad o, como estamos experimentando en estos tiempos, de todo el planeta.

No hay formas de prever ni anticipar tal suceso traumático, es un golpe tajante, duro e irreversible. Un evento traumático divide para quien lo sufre la historia en un antes y un después. El rostro del tiempo, del mundo, ¡de nuestro mundo! cambia para siempre, no pudiendo ser más como era antes. Lo traumático es tal para quien lo vive, por su relación subjetiva, de ahí que no sea una experiencia clasificable, general, la misma para todos; lo traumático y la angustia que se genera, siempre guardan una relación íntima con la verdad de quien lo padece.

Precisamente por su experiencia vertiginosa, un trauma puede generar angustia en quienes lo padecen, sentirse extraviados, reaccionar desesperadamente: acciones para atrás, hacía un tiempo que se pensaba era mejor (“Todo pasado fue mejor”) con  sus propuestas de volver a los valores de antaño, a cuando éramos felices y no lo sabíamos; posición que encarna una nostalgia  por lo rígido, el sueño de la dictadura -inclusive; así como aplazar el presente enviándolo a un más allá, a un futuro que se antoja más esperanzador, la posición utópica, que, para hacerle frente a lo traumático del presente, pretende suturar su herida con el aumento del sueño-despierto-utópico y su pensamiento mágico, esperanzador. Hay que tener en cuenta, que una experiencia traumática, produce angustia en sentido doble: tanto por lo que se pierde de sí mismo y de eso considerado como “la realidad” que se creía segura, como por el hecho de tener que elegir o inventar una posición nueva, por confrontarse ante la libertad que porta cada vida.  

Lo peligroso de ambas posiciones (nostalgia y utopía) además de que renuncian a responder a un presente, siempre nuevo y diferente, sea por quedarse embelesada en el pasado o por una fuga en la esperanza, es que encajan muy bien en lo políticamente correcto, en las formas de pensar de las mayorías. El humano rechaza la vida cuando asume dichas posiciones, renuncia a vivir aquí y ahora, creyendo que con ello, se estaría más protegido.

Ante lo traumático y la discontinuidad que tiene la vida (sus encuentros y desencuentros, sus sorpresas y cambios de dirección) no existe hilo que logre suturar esa herida, por lo que tenemos que reconocerla e integrarla en nuestra existencia, vivir precisamente abandonando la ida de que un día, sea en el pasado o en el futuro, estaremos mejor, porque no, no será así. No, al menos si seguimos sosteniendo que ese “estar mejor” es un determinado punto, algo como un destino, a donde se llega un día, como quien escala un cerro y llega al punto más alto, y al llegar ahí, entonces ya estaremos bien, siempre y cuando nada de la realidad traumática, tóxica -como se dice en esto tiempos-, no nos tumbe de nuestro sueño (“Ando chido no me toquen”, “¿A dónde ibas a viajar que el coronavirus te jodió los planes?”) sino más bien, una experiencia, un recorrido, un pasaje sin fin, sin tregua, que es más bien una postura ante la existencia, más que algo que se consigue de una sola vez.

Un evento traumático golpea los referentes y organizadores (imágenes, palabras, números, secuencias, rutinas…) con los que contábamos, estos ya no nos sirven más para orientarnos completamente, se vuelve parciales, limitados, líquidos -diría Sygmunt Bauman, o incluso más allá, se evaporan. Ante ello, podemos inventar nuevos referentes, nuevos organizadores, unos más diversos y flexibles. En ello radica la fuerza generativa del trauma: habiendo tirado al sujeto de una determinada posición, que se pensaba única, uniforme y estable, se puede inventar algo que responda -como se decía al principio- para todas las circunstancias. Eternizar un presente siempre cambiante, generando respuestas creativas cada vez, en la lógica del surfista, que se adapta y responde a un medio siempre variable. 

Es la fuerza generativa del trauma: introducir un corte en el tiempo o podríamos decir, introducir el tiempo mismo, uno nuevo; ofreciendo la posibilidad de recomenzar, de reiniciar. Lo traumático va dejando no solo destrucción a su paso, (destrucción de referentes y organizadores ya no operantes; diferenciar de manera más simple y clara, lo superfluo, lo innecesario) sino la posibilidad de un comienzo a través de una paradoja: reintroducirle vida a la vida a través de una “muerte” o fin de algo, de un cambio. 

 

*Editorial publicada originariamente en el periódico El Porvenir (01/042020) sección editorial, pág. 2.