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Elogio a la decepción

 

Camilo E. Ramírez

 

¡Elogio a la decepción! Si, efectivamente, ha leído usted bien, ¡Elogio a la decepción! ¿Le sorprende la frase? Ahora quizás se pregunte ¿En qué sentido, quien firma estas letras, sostiene tal cosa? ¿Acaso le he decepcionado?

La lógica de la decepción es, digamos, la subida y la bajada, por un lado, la apuesta/esperanza que alguien colocó y, por el otro, la pérdida/caída; alguien suponía/esperaba algo, es decir, puso algo en sí mismo, en alguien o en algo y, en algún punto no encontró/consiguió aquello que buscaba/esperaba, al suceder algo diferente, sorpresivo, contingente, rompiéndole la ilusión.

Las reacciones ante la frustración pueden ser variadas: quienes gusten más de tomar una posición conservadora, que piensan que la vida sería mejor si todos hiciéramos tal o cual cosa, que el equilibrio, la queja y la regulación son el fundamento de la vida, sufrirán de enojo e indignación, vivirán en la queja y reclamo eterno, buscando regularlo todo, diciendo: ¡¿Por qué no encontré lo que buscaba?! ¡¿Por qué no encontré lo que el otro/a me prometió?! ¡¿Por qué no me dieron lo que yo quería?! ¡¿Por qué no hicieron lo que deberían hacer?! Por otra parte, quienes asuman una posición flexible y creativa, que no pierdan tiempo, dinero y esfuerzo, buscando el inexistente equilibrio y armonía en sí mismos, en el otro y en el mundo, desecharán el enojo y la queja, la esperanza y la nostalgia, como respuestas comunes ante la vida. Logrando así amplificar sus proyectos y deseos, más que sofocarlos, bajo la justificación que fue “por culpa de los otros” que no logré lo que deseaba en la vida, “Es que el otro me ha decepcionado”. Pues tales narrativas ya no operan en su universo, en su campo de acción, las han desinstalado.

Tal decepción puede llevar a terminar la relación (amorosa, familiar, laboral, educativa, deportiva…) lanzándose en la búsqueda de alguien/algo que otorgue la sensación- de acercarse más al ideal tan anhelado. Esto se puede repetir infinitamente. Incluso para la mayoría de la gente es “LA” forma de vivir, una posición ante la vida, justamente porque dicha lógica y estructura es similar a la del mercado: “Te ofrezco algo en calidad de lo mejor, pero después de un tiempo dicho objeto quedará obsoleto, te decepcionará, por lo que tendrás que ir a buscar su modelo más reciente”. Bajo una cierta promesa de goce ilimitado. ¿Quiere usted más por su dinero?

En ese sentido, la decepción está íntimamente relacionada con la esperanza, nostalgia (dolor por un regreso imposible) y con la irresponsabilidad: “Oh si, aquellos años pasados fueron los mejores”, “Quizás mañana será mejor o el próximo año, pasando el año nuevo, ¡sí!, lo siento, ese si será mi año”. Irresponsabilidad, debido a que se asigna a “alguien” a “algo” para que garantice y otorgue lo que se desea, suprimiéndose la participación, activa y responsable, de quien espera y reclama.

¡Elogio a la decepción! Debido a que es dicha experiencia la que regresa a quien colocó su esperanza-expectativa en sí mismo, en alguien o en algo, notificándole que “eso” que esperaba encontrar/realizar, sea por pura expectativa mágica, inversión sufriente (“Con todo lo que yo me he sacrificado por ti, creo que me merezco…”, “Pero si yo soy una buena persona, por qué me pasan estas cosas” ) amorosa (“Si me quiere, entonces tendrá que…”) con la cual se coloca al otro (Dios, los padres, gobierno, a los jefes de trabajo, los colaboradores, la pareja, los hijos, los amigos…) en posición de eternos deudores (“Si ellos me han hecho sufrir, ellos me deben dar…”) Quienes -otra queja- curiosamente nunca reciben el reconocimiento que declaran merecer, viviendo así en una constante sensación de incomprensión y decepción, con un halo de moralina, que otorga al portador de tales reproches, una sensación egoísta de bondad, “Pero bueno, soy tan bueno/a, el mundo no me entiende, no me reconocen lo suficiente, me tienen envidia…”) nunca se logrará. Que el otro nunca logrará dar lo que yo deseo, puesto que eso que deseo es, en principio, algo vacío, sin nombre, no existe, sino requiere ser inventado por quien espera encontrar eso en alguien más.

Algo similar pasa con el aburrimiento y el estrés, nunca existirá algo o alguien que pueda dar algo para que se “quite” el aburrimiento y el estrés, sino que esto es efecto de un cambio de posición personal de quien dice padecerlo, donde se decide participar activamente en aquello que se desea, más que esperar a que alguien lo garantice. De ahí que sea una moneda fácil responder con reclamos y peticiones dirigidas a alguien que tendría que garantizarnos y darnos lo que deseamos. “Nadie sabe el nombre de nuestro deseo” (Jorge Forbes) cada uno tenemos que inventar un nombre singular para ello. Pues eso no cae del cielo, ni es algo que el otro me dará.