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¡Estamos en guerra! ¡Hagamos lo imposible!*

 

Camilo E. Ramírez 

 

 

¿No es acaso esta la tremenda lección del Covid-19, que nadie se salva solo?;

mi salvación no depende solo de mis actos, sino de aquellos del Otro

Massimo Recalcati

 

 

¡Estamos en guerra! Solo que el enemigo a vencer no es algo visible, bien localizado, alguien a quien podemos ver a kilómetros de distancia, desde la torre de vigilancia de nuestro castillo amurallado, sino un virus, algo invisible, microscópico. Ello puede, tanto elevar el estado de alarma y angustia paralizante, como contagiar la negligente negación de la gravedad, pensar que, porque no se ve, no existe. Dos extremos igualmente peligrosos. Ante este escenario, ¿Cómo recuperar la calma? – nos preguntan.

Definitivamente, así como en el ámbito de la biología, los organismos que sobreviven son los más adaptados a las condiciones nuevas y cambiantes, en el contexto humano, existencial y psicológico, las personas que respondan creativamente, que logran construir intereses, de los más variados y diversos, como una forma de vivir en estos tiempos, son quienes no solo lograrán surfear las mejores olas de un mar embravecido y adverso, sino inclusive, lograr lo imposible, disfrutar del recorrido, apropiándose de manera, singular y responsable, de sus respuestas. “¡Que no cunda el pánico!” -como decía el Chapulín Colorado, sino que cunda, la responsabilidad, la curiosidad, el interés, la pasión, la invención…En este sentido, no se trata tanto de recuperar la calma, sino de abrazar el ritmo del movimiento vertiginoso a nuestro favor, crear algo a partir de ello; justo, como no lo enseñan desde hace ya mucho tiempo, los deportes extremos y la música electrónica.

Las recomendaciones de las autoridades son claras: lavarse las manos frecuentemente, no tocarse la cara, ni frotarse los ojos, desinfectar superficies, toser atravesando el codo, mantener una sana distancia, evitar aglomeraciones, salir lo mínimo indispensable, en lo preferente -quien así lo pueda, su estilo de vida y trabajo, se lo permita- no salir de casa, cancelar las salidas de esparcimiento, las vueltas que se puedan postergar, para con ello evitar un contagio vertiginoso, exponencial; consultar al médico especialista en caso de síntomas respiratorios, aislamiento en caso de contagio de Covid-19.

Son tiempos que hacen emerger una tensión que pone en juego el valor cívico en cada uno de nosotros, el bien colectivo que se construye desde la singularidad: la posibilidad del cuidado de sí mismo y del próximo más cercano, así como del semejante, lejano y desconocido, reduciendo la interacción social, quedándonos en casa, se confrontan con el deseo más inmediato, íntimo y egoísta -muy el tono de nuestros tiempos- de querer hacer lo que se pegue la gana, como si nada pasara, con un halo de narcisismo con su pensamiento mágico “¡A mí no me pasará nada!” .... ¡Verdaderos peligros ambulantes! ¿Renuncio a realizar lo que yo quiero para salvar al otro? ¿Niego todo lazo social, todo vínculo, incluso a un nivel más elemental, a nivel biológico?

La pandemia del coronavirus pone en jaque, no solo a nosotros como organismos biológicos, sino a gobiernos, políticas públicas, sector salud, economías, empresas, parejas y familias. No solo de ahora -de la vida en tiempos del coronavirus- sino a cada momento. La pandemia del coronavirus pone al descubierto asuntos, estilos y problemáticas, postergadas, pendientes, en lo mundial, nacional, local, familiar e individual.

Sobre las reacciones, los comportamientos de estos tiempos pandémicos que dificultan aún más las cosas: ¿No son acaso los desabastos, el aprovechar la tragedia, lo mismo que hemos visto reflejado desde siempre en el síntoma de la vialidad regiomontana, cada uno manejando como le plazca, sin importar el otro? ¿De la música estridente del vecino, que hace como si viviera aislado cual ermitaño? ¿Del junior, drogado y alcoholizado, que mata con su auto a un transeúnte y sale libre pagando una cuantiosa suma de dinero? ¿De empresas preocupadísimas más por sus ganancias y pérdidas, que por sus trabajadores y clientes? ¿Primero mis dientes y luego mis parientes? Entre muchos otros detestables rasgos del Monterrey way of life.

Si algo nos enseña y recuerda la pandemia del Covid-19 de manera contundente, vulnerando la salud y las formas de afrontamiento, es que nadie vive y se cura aislado de los demás, sino en comunidad, en interacción con el semejante; que la función de partidos políticos y gobiernos no es simplemente la de acaparar el poder y los recursos para su grupo exclusivo, que su verdadera vocación es el servicio y no el servirse. Ya que, en esta experiencia compartida globalmente, queda más que claro, que mis acciones repercuten, invariablemente, en el otro, en el colectivo más amplio, traspasando fronteras. 

Lo que el coronavirus nos enseña -entre muchas cosas, si lo tomamos también como figura- es algo que hemos estado intentando transmitir desde hace ya mucho tiempo, como lo planteó Freud en su ensayo Psicología de las masas y análisis del yo, que lo individual es al mismo tiempo, social y viceversa: que los retos y problemáticas de una sociedad, de un país, como lo son, la reactivación económica, la educación, la violencia social y familiar, la violencia hacia las mujeres, el secuestro y la extorsión, la trata de personas, la pornografía infantil, la pobreza extrema, la migración forzada… son “virus” que, de igual forma, se tienen que atender en todos los niveles y frentes, justamente como está sucediendo con el Covid-19. 

 


* Artículo publicado originalmente en el periódico El Porvenir (25.03.2020) sección editorial, p. 2.